sábado, 5 de noviembre de 2011

El reposo del guerrero


Luchaba con los lestrigones, con los cíclopes y el feroz Poseidón, cuando la guerra decidió darnos a todos por vencidos. Completamente rota, con el alma hecha jirones, envainé los restos de mi espada y emprendí un viaje a ninguna parte.

Como el Marco Polo de Calvino, visité ciudades imposibles: unas, inalcanzables porque su esencia permanecía en continuo movimiento; otras, no me resultaban familiares, y la mayoría, no reflejaban la luna...

Apenas dueña ya de mis pasos y casi indiferente al paisaje, la alquimia y el instinto me condujeron a casa. Allí la carne y el espíritu descansaron hasta perder la noción del tiempo.

Sonaba una canción naranja cuando miré al frente. Descubrí una sonrisa tonta en el espejo y una nube de algodón blanco en el pecho.

No hay comentarios: