domingo, 27 de enero de 2008

Colorín, Colorado...

Un buen día, sin saber por qué, te levantas diferente, una extraña sensación recorre tu cuerpo y un viento frío sopla en el pecho, encogiendo el corazón a su paso. La inseguridad te invade, te mientes: “no pasa nada, no me ocurre nada, es… es…” Al fin te rindes ante la evidencia: “va a producirse un cambio y este desasosiego no es más que la inquietud ante la incertidumbre y el desconocimiento que lo preceden”. No sabes si será bueno o malo, por qué, quién o qué lo provocará, sólo sabes cuándo y será en breve. Comienza la angustia de la espera, una espera corta y a la vez eterna que te induce a una búsqueda inconsciente como si acaso supieras dónde buscar. Crees que matas el tiempo, que estás evitando lo inevitable, pero realmente vas precipitándote paso a paso hacia ese cambio. Hablamos de intuición, de sexto sentido… la propia existencia que se despide para dar paso a una nueva. De repente, cuando ya casi consigues creer que sólo se trataba de una falsa alarma, te encuentras, sin entender cómo, en el epicentro de un terremoto. Una brecha gigantesca se ha abierto entre lo que fuiste hasta ese momento y lo que serás a partir de entonces, y no importa qué te parezca, ahora eres el títere de quién fuiste, nadie más maneja tu destino. Es de nuevo la vida, que como la Tierra, gira sobre sí misma y vuelve al camino que recorriste, un camino que ya no está a nuestro alcance, porque este nuevo giro es diferente. Sientes la impotencia de no poder controlarla, te resistes a seguirla en su nueva forma y en medio del abismo que se ha creado, intentas recuperar algo de lo que quedó atrás, rescatar parte de lo que fue y de lo que hubiera sido, si el camino desde el principio, hubiese seguido una línea recta. Pero no es posible y es en ese instante cuando piensas: “hasta aquí llegué, eso es todo” y no mueres, ¡maldita sea!, no mueres, porque la Física no entiende de cambios, forman parte de sí misma hasta tal punto que ya no los analiza, sólo los asume y sigue adelante. Sacas fuerzas de flaqueza e intentas imitarla. Debes continuar girando a pesar del vértigo, pero el dolor por la pérdida se ha instalado a tu lado: trabaja contigo, sale contigo, duerme y sueña contigo, hasta no saber dónde terminas tú y empieza él. Durante algunos infiernos, sólo quedarán los recuerdos y un corazón desgarrado que llora en silencio el final de un cuento.

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